martes, 25 de agosto de 2009

26 años.

Me siento obligada, ante tanta felicidad, de escribir aquí hoy. El día aún no termina y ya han pasado cosas maravillosas: una confrontación conmigo misma que nada tiene que ver con la vejez prematura, la fortuna de compartir este martes con la gente que más quiero, y la suerte de poder extrañar a otros que a pesar de la distancia, están aquí conmigo.

Como no quiero escribir una entrada estúpidamente optimista, me limitaré a manifestar que el clima de hoy me parece genial, pues no necesito cargar un suéter ni tampoco esconderme del sol. Que las nuevas arrugas me hacen sentir afortunada, pues significa que llevo veinticinco años sonriendo y algunas horas de llanto que anuncian epifanías. Que los kilos que hace doce meses no tenía, no son más que el fruto de las ansias con las que vivo el presente. Que mi novela no encuentra título. Que el regalo que recibí para mi cumpleaños número veintiséis es demasiado bueno para traducirse en palabras. Que mi teléfono no ha parado de sonar y que lo he disfrutado enormemente.

En conclusión: que con el tiempo me hago más joven y que soy más feliz, que vivo en la realidad absoluta y que soy una optimista –no idealista– perdida.

jueves, 6 de agosto de 2009

Apuntes silenciosos, con música.

Hace tiempo que no escribo aquí, lo que siempre me pasa cuando abro este espacio. En ocasiones, escribir –públicamente–, resulta difícil cuando no es para decir algo en concreto –en apariencia–.

Estoy entre dos mundos, en lo mejor de ellos. Los reencuentros: el reencuentro con uno mismo, con las referencias pretéritas y con las nuevas amistades que ayudan a identificarse, a redescubrirse, a definirse.

Extraño el presente.

Es cierto lo que dicen: la vida da muchas vueltas y todo regresa; todo se va; uno avanza y luego regresa, pero nunca deja de estar; por suerte, yo no he dejado de estar.

Mi tierra me llamó en sueños y ahora estoy en ella, dentro de ella. La vivo y muero con ella: ¡qué gran sensación! Quiero bailar al ritmo de su música, la que nadie parece escuchar; quiero bailar, igual que cuando escribo en mi cabeza, sin música.

Cenas, comidas y lunas llenas. Amigos, copas de vino y risas que vuelan encima, se burlan de mí, me llaman; risas de las que no soy partícipe, risas nuevas. Nuevas sonrisas, nuevas arrugas. La escritura se cuela entre todas ellas y la tierra jala mis pies –no mis zapatos–. Ambas [la tierra y la escritura] me llaman para decirme que no hace falta reinventarme, que basta con redescubrirme, con recordar; basta ser, basta con volver.

Hace tiempo que no tengo miedo [de volver]; la palabra, como todo y como el tiempo, se matiza hasta difuminarse, desvanecerse. Sé que ella también volverá, no sé bajo qué forma ni cuándo lo haga, pero no me importa; ahora tengo mi memoria, mis ojos, mi música y mi escritura; tengo mi tierra, la que baila conmigo.