jueves, 26 de noviembre de 2009

Pronto

Hoy pensaba en lo frustrante que resulta, para uno mismo, dejar las cosas en intenciones. Este pensamiento se alargó y medité en cómo solemos dividir el tiempo en grandes bloques a la hora de tomar decisiones: por estaciones, por periodos vacacionales, por celebraciones, por momentos que prometen ser claves; como si todo lo que sucediera en el inter fuera un tiempo muerto.

La vida es divertida y encaja hasta en los más nimios detalles.

Una amiga me acaba de contar una historia que no sólo me ha hecho reír, pero que ha iluminado mis cavilaciones. Resulta que ha salido muchas veces con un chico. Han ido al cine, a comer, a cenar, a pasear; conocen sus respectivas casas y en una ocasión, ella incluso conoció a los padres de él en una boda a la que fueron juntos. A él parece gustarle mi amiga aunque no le ha manifestado si sólo quiere ser su amigo o si está interesado en algo más. Por lo menos sabemos que disfruta de su compañía pues le llama, le propone planes, le manda mensajes sugerentes, la abraza y la toma de la mano. Pero eso sí, nunca le ha dado un beso.

Esto ha provocado que durante todo este tiempo tanto ella como sus amigas (incluyéndome) formulen divertidas historias sobre por qué el chico en cuestión no se acerca más y le da un beso.

Resulta que la última vez que salieron, ella, un tanto descolocada por la extraña situación, decidió que le haría ver que estaba interesada (por si acaso él dudaba y bajo esa duda, no se animaba). Fueron a casa de él, se sentaron en el sillón y hablaron durante horas. Ella le coqueteaba y probablemente pensaba que era tan solo cuestión de segundos para que llegara tan esperado momento. Pero el beso nunca llegó.

Al terminar lo que pareció ser una velada romántica, él la llevó a su casa y se despidió, como siempre, con un abrazo. Minutos después le mandó el siguiente mensaje: “Que descanses. Te mando besos de buenas noches”. Ella, auténtica como suele ser, contestó: “Sí, me debes uno de esos”.

La historia no termina allí, porque a ese mensaje, él contestó otro: “Pronto”.

¿Pronto? ¿Cómo que pronto? ¿Cuándo es pronto? ¿Pronto?

Las teorías sobre el chico no han cesado y han surgido nuevas; y ahora, por tan sólo un “pronto”, han comenzado también los estúpidos, pero a veces inevitables, análisis sobre quién tiene el poder dentro de la relación.

Claro que de momento el beso no es lo más importante, pero si todo lo demás funciona –cosa no fácil entre dos personas–, ¿por qué no celebrarlo con uno?

Decir “pronto” es dejar las cosas en intenciones. Es lo equivalente a decir “cuando llegue el verano”, “cuando empiece el frío”, “cuando tenga menos trabajo” o “cuando tenga más tiempo”.

Pero yo me pregunto, ¿y si para el verano mi amiga ya se enamoró de otro? o ¿si el calentamiento global ya no nos permite distinguir entre primavera e invierno?

El tiempo se vive, los momentos se construyen y los besos se dan.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Realidad(es) entre comillas.

¿Cuántas realidades hay por minuto?

¿Cuántas variaciones hay en un minuto de realidad mía?

Llevo un par de semanas cuestionándome cuál será mi realidad. No es malo, sino tan sólo extraño y definitivamente cansado. A veces cuesta mantenerse al margen de los propios pensamientos. Cuando uno alterna espacios tan rápido y habla con gente con intereses distintos, termina por no ver con claridad su propio origen; éste se hace cada vez más difuso, casi irreconocible.

El presente impera.

En ocasiones, sin embargo, el piso no tiene el grado de solidez que nos gustaría, parece incluso estar hecho de concreto inverosímil. Es entonces cuando buscamos regresar a ese punto de partida que ya no recordamos o correr para alcanzar alguno que aún no conocemos.

Sucede que alternar escenarios no es cosa fácil; este hecho, muchas veces cotidiano, que parece innecesario de considerar, nos obliga a cambiar de registro constantemente y la mente descansa poco.

Uno se sobresatura.

A veces temo pisar suelos tan extraños que no me permitan saber cuáles son las realidades que de verdad quiero habitar (si de algo estoy segura es que son más de una). A ratos, quizás por falta de horas, de sueño o de un cierto valor, temo perder mi propio registro; temo más reconocerlo y no saber –querer– cómo rescatarlo.

Lo extraño es que, aunque no lo sepamos, sólo en esos instantes de cambio podemos recuperar nuestro propio aire.

Todas las realidades confluyen…

…es por eso que en días como hoy todo se ve tan claro; porque sólo desde el no pensamiento puedo desvariar en este espacio no real y vivir la –mi– realidad: Nuria.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Título sin palabras.

¿Por qué negarlo? La ausencia de palabras (incluyendo la de las mías) me asusta, igual que me asusta el exceso, supongo. Lo difícil, como siempre y como en todo, es encontrar el equilibrio entre lo que uno dice y no dice. Pero esta entrada, por suerte y porque nunca terminaría, no está dirigida a lo que yo digo o callo (sin mencionar los gritos que hay en mi cabeza y de los cuales ahora huyo riendo).

Ayer vi a una amiga que llevaba meses sin ver. Una amiga de pocas palabras con la que conviví mucho tiempo, pero que en realidad conozco poco. Siempre fue enfática en que no le gustaba hablar de su vida personal, pero parecía estar constantemente preocupada por algo irremediable.

Mientras caminaba al lugar de encuentro, sin mayores expectativas que las de pasar un rato agradable, empecé a contemplar al tiempo. Caminaba casi por inercia porque cargaba mucho sueño –y sueños– acumulado. De pronto me di cuenta de que estaba aturdida por el ruido de las hojas secas que truenan cuando uno las pisa (cosa que siempre me ha sucedido) y recordé que era otoño y que el invierno estaba realmente cerca. Hace muy poco era verano, pero desde entonces algo ha cambiado: un cierto aire de incertidumbre por un lado y algo de seguridad por el otro.

Desde que vi a mi amiga a lo lejos sentí una familiaridad increíble que me sugirió que la conocía mucho más de lo que yo pensaba; porque hablar o no del pasado nada tiene que ver con la manera en la que sentimos el presente.

Hablamos sobre el presente en el que esperamos que se resuelva el futuro incierto, que curiosamente ya no –por fin– nos angustia en demasía. Después de un largo café en el centro de la ciudad y con un viento que hacía que nuestros suéteres volaran, le dije que me daba mucho gusto verla, pero sobre todo, que me daba gusto verla tan bien. Aunque no sé si lo logré, quise decírselo con un tono que reflejara que mi comentario era honesto (esta vez se veía poco preocupada a pesar de tener más motivos para estarlo). Ella, con una sonrisa que hace tiempo no veía en alguien, me dijo: “¿De verdad? ¿Sabes qué pasa, Nuria? Es que tengo muchas ganas de vivir”.

Tal vez no se trate de pensar en aquello que decimos, pero sí en aquello que sentimos.

Me despedí de ella sonriendo y convencida de lo siguiente: me maravilla el cansancio [de palabras] que te hace pensar en lo verdaderamente importante; me apasiona el presente.