jueves, 31 de diciembre de 2009

Resolución sin fecha

Este es el último post del año que escribo, no porque éste termine, sino porque tengo ganas de escribir. Así debería de funcionar la vida: actuar desde el sentir, sin justificaciones, análisis excesivos y sin esperar la expiración de un calendario. Necesitamos nuestra propia continuidad para la renovación constante.

Resulta que estamos tan sujetos a la caducidad de las cosas, que olvidamos lo que necesitamos para ser felices en este momento. Las uvas no son fruta de temporada y los calzones rojos se venden todo el año. Está bien planear, pero sólo si es para resolver los contratiempos, mejorar la mediocridad o divertirse; no para dejar de vivir.

¿Para qué detenerse haciendo balances de un año que termina sin nuestra intervención? La vida es una eterna búsqueda de un equilibrio imperfecto. Al mal tiempo, buena cara, a lo positivo, una sonrisa. Cada cosa en su sitio, los pies en el suelo y la mirada siempre con perspectiva. Lo bueno acompaña y lo malo enseña; la tristeza cura y la risa contagia.

Los propósitos para mañana y elucubraciones del ayer y hoy, no sirven más que para postergar la vida. El recuento sí funciona, pero sólo si es para no ceder ante el olvido y construir el presente.

martes, 8 de diciembre de 2009

El rescate de lo inservible.

Hoy, la computadora de mi amiga no encendió. Como todos los días, presionó el botón y esperó, pero hoy, ninguna luz se iluminó. Cruzó los dedos y volvió a intentarlo, pero la pantalla seguía en negro. Cruzó los dedos de las dos manos y cerró los ojos: nada. Cruzó los dedos con más fuerza, cerró los ojos con mayor ímpetu y pidió en voz alta que por favor funcionara, pero una vez más, nada.

El optimismo y la confianza en lo incierto nunca deben perderse.

Respiró hondo y sin ceder a la desesperación, la llevó a una tienda donde arreglan aparatos. La dejó allí sin garantía alguna y mientras la revisaban, se fue a tomar un café. Intentó ocupar la mente en algo más, pero la posibilidad de perder aquel aparato y lo que éste almacenaba, no le permitían contener la ansiedad. Había pasado cuatro años con aquella máquina y ésta guardaba todos sus secretos, parte de su pasado, imágenes importantes, e incluso, varios de sus sueños. Ahora parecía que todo eso se esfumaría sin previo aviso.

¿Se puede reconstruir un pasado? No sin el ya existente.

Dos horas más tarde, el encargado le llamó para pedirle que fuera. El diagnóstico no era positivo: la computadora había muerto y no había nada que hacer para salvarla.

¿Cómo lidiar con una despedida no anunciada? ¿Cuántas veces no damos por sentado lo que nos rodea?

La buena noticia era que si conseguía algún disco externo donde almacenarla, podría rescatar y trasladar la memoria. Pensó entonces en toda su información y la asaltó el temor de recorrer las fotografías de los últimos cuatro años (¿no era por eso que permanecían almacenadas?); luego, la nostalgia de que tanto significado no cupiera más que en cajas frías.

Claro que el luto no viene por perder un aparato; todos sabemos que lo material no importa, o por lo menos pocos se atreven a confesar lo contrario, pero la idea de perder el pasado y presente que ahora sólo en esos aparatos depositamos, sugiere un grande vacío.

¿Será que ya sólo somos capaces de intimar con lo material?

Dejó la computadora en aquella tienda y emprendió la búsqueda de un disco externo. Resulta, sin embargo, que la memoria era demasiado grande y difícilmente podría encontrar uno que le sirviera. Pensó entonces en la posibilidad de desechar ciertas cosas, de borrar algunos recuerdos: las malas vivencias; aquellas decisiones que por tomar o dejar pasar, generan culpa o remordimiento; las canciones que reviven los malos ratos; aquellos pensamientos que no se sabe cómo expulsar; aquellas cartas inconclusas que ya no podrán ser enviadas. Resulta que no supo elegir, porque eliminar lo aparentemente malo no es cosa fácil. Resulta que no siempre se puede, porque lo malo puede convertirse fácilmente en un motor para seguir caminando. Ante tal disyuntiva, pensó que el miedo, la culpa y el dolor también construyen risas y sueños; la existencia, el futuro.

La cuestión es que a veces necesitamos que las cosas viejas se rompan, y aunque no fue su caso, a veces necesitamos romperlas nosotros.

Mi amiga no ha resuelto el problema, pero ya ha dejado de preocuparle. La angustia y tristeza se han transformado en alivio y serenidad: la computadora vieja sigue sin encender, pero ya no amenazará con volverse inservible. La memoria, aunque de momento no pueda ser trasladada, no ha desaparecido.

Se me ocurre que si cruzamos los dedos con un cierto optimismo y mucha confianza, la memoria, bien utilizada, puede llegar a sostenernos.