martes, 22 de septiembre de 2009
Primeras palabras de Otoño.
Aclaro que no es un bloqueo creativo aunque los síntomas parezcan ser los mismos. La verdad es que me sobran opiniones con respecto a los festejos para celebrar la independencia y sobre las atrocidades que suceden en los metros; lo que me falta es energía para desahogarlas. También conservo los ojos y las manos que quieren hablar sobre las bibliotecas vacías de madrugada, los poemas fallidos que escribí para despedir al verano, y sobre la manera en la que, bajo un cielo que cambiaba de verde a rojo, le di la bienvenida al otoño.
Parece que últimamente me resumo en papeles que no existen, en frases incompletas y en discursos que se contradicen. Tal vez por el cambio de estación y el comportamiento extraño del clima, es que me cuestiono si tan solo soy el conjunto de ideas que mi creatividad y disciplina no logran aterrizar.
Siento que estoy en el aire y no vuelo. El cuerpo me duele y no me siento más viva. Mis músculos se quejan y mi estómago, como siempre, ha resentido el futuro indeciso. Siento incluso que mi pluma me ha dejado de pertenecer…
…tengo miedo, pero no lo digo; estoy incierta, pero no lo comparto; quiero escribir, pero me siento observada por la escritura fallida de mis textos pretéritos.
Como aún no me puedo adueñar de un camino más preciso por ese cielo rojizo, he emprendido caminatas prolongadas que me han hecho partícipe de este cambio estacional. Como consecuencia de esas cavilaciones, ahora uso las palabras para dejar ir sin nostalgia la lucidez del verano y sentir nuevos colores con fuerzas verdaderas, no las que finjo, no las que cubren todo aquello que callo.
Ahora construyo mis vaivenes por escrito y ya es otoño; yo sigo en el aire y aún no vuelo, pero tal vez mañana que no sienta escalofríos sí lo haga. Tal vez cuando empiecen a caer las hojas de los árboles, la incertidumbre deje de atarme a la nada y entonces mis palabras -yo- fluyan de nuevo.
martes, 1 de septiembre de 2009
Despedida.
Es oficial: he terminado mi primera novela.
Me siento en el aire –no ajena–, sin algo que en este preciso instante me ate a mí misma. Tengo las manos vacías y el corazón bien lleno. No se trata propiamente de un agujero, a pesar de que así lo describa, sino de la despedida de un fragmento de mi pasado, de un proyecto en el que he puesto un esfuerzo razonable y mucho tiempo. El tiempo cuidadoso y paciente es lo más valioso que se puede depositar en un sueño.
Sé que llegará un futuro y mientras tanto intento –intento– disfrutar del tiempo muerto –presente– que me acompaña con un par de lágrimas en los ojos; las lágrimas de una despedida a la que sin saberlo, me estaba aferrando.
Es extraño cómo pensaba que no tendría la serenidad suficiente para dejar ir la escritura de un año, de una novela, o simplemente, las fuerzas para escribir ahora al respecto. Sin embargo, solamente cuando escribo sobre ello logro revivir y entender el por qué no puedo dejar mi pluma.
Tal vez aún pueda hacerle un par de cambios inmediatos: me sobra energía y no tengo dónde colocarla. Dejaré de aferrarme, ya está terminada.
De cualquier manera, aunque pudiera agregarle párrafos, ya no hay vuelta atrás; porque si la hubiera, no me sentiría con esta necesidad de no terminar nunca esta especie de despedida. Nunca he conseguido entender el fenómeno de las despedidas.
A pesar de que quisiera meterle cambios urgentes, ahora me he servido una copa de vino para ver un poco borroso y convencerme de que merezco festejar, relajarme.
Quiero descansar, pero no soy capaz de instalarme en la nada. El presente avanza a su debido tiempo, a ritmos precisos, a ritmos incomprensibles.
No obstante mi incertidumbre, mi espera, mis lágrimas y mi luto –¿murió o comenzó a existir?–, terminar mi novela se está convirtiendo en uno de los momentos prolongados más maravilloso que he vivido.
Celebro el temor que en este momento se ha apoderado de mí.
¿Cómo es posible sentir tanto? Me repito.