Los golpes del martillo del piso de arriba me despiertan. Miro el reloj: no son ni las 9:00 a.m. Me he empezado a acostumbrar al ruido, hecho que me preocupa ya que cada día permanezco más tiempo en la cama: menos horas de lectura. Lo recuerdo y decido levantarme. Me baño, me visto y salgo de mi casa en busca de un café y una tradición. Sé en donde encontrar la tradición, me pregunto si encontraré un buen café.
Ocurrió algo inesperado: el encuentro con mi tradición se ha retrasado –imposible saber cuánto- a causa de la lluvia; sin embargo, el café era extraordinario.
Son casi las 4:00 p.m. Estoy empapada pero no pierdo los ánimos. A pesar de la acumulación de cansancio y el frío –también inesperado-, la busco ahora con más intensidad; por allí dicen que lo valioso es más difícil de encontrar. Por cierto, me pregunto por qué tomé la decisión de no llevar el paraguas en mi bolsa, aún cuando ya llovía al salir (y vi el triste pronóstico del tiempo). Lado positivo: puedo utilizar ese espacio para echar la lista de los nuevos títulos y autores en que he decidido [también] buscarla.
Siento un charco dentro de cada uno de mis zapatos pero no le doy importancia. Hasta ahora he aprovechado el día: aún cuando no la haya encontrado, he leído la mitad de un libro que podría darme pistas importantes. El nombre no lo puedo revelar todavía, sería una Desgracia anticipar algún rastro de mi tan esperada tradición, sin estar completamente segura de su paradero.
1 comentario:
¡Me encanta tu texto! Ya me dirás dónde hacen tan buen café, jeje.
¿Me prestarás el libro? Aunque primero quiero leer la del año pasado ;-)
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