jueves, 5 de noviembre de 2009

Título sin palabras.

¿Por qué negarlo? La ausencia de palabras (incluyendo la de las mías) me asusta, igual que me asusta el exceso, supongo. Lo difícil, como siempre y como en todo, es encontrar el equilibrio entre lo que uno dice y no dice. Pero esta entrada, por suerte y porque nunca terminaría, no está dirigida a lo que yo digo o callo (sin mencionar los gritos que hay en mi cabeza y de los cuales ahora huyo riendo).

Ayer vi a una amiga que llevaba meses sin ver. Una amiga de pocas palabras con la que conviví mucho tiempo, pero que en realidad conozco poco. Siempre fue enfática en que no le gustaba hablar de su vida personal, pero parecía estar constantemente preocupada por algo irremediable.

Mientras caminaba al lugar de encuentro, sin mayores expectativas que las de pasar un rato agradable, empecé a contemplar al tiempo. Caminaba casi por inercia porque cargaba mucho sueño –y sueños– acumulado. De pronto me di cuenta de que estaba aturdida por el ruido de las hojas secas que truenan cuando uno las pisa (cosa que siempre me ha sucedido) y recordé que era otoño y que el invierno estaba realmente cerca. Hace muy poco era verano, pero desde entonces algo ha cambiado: un cierto aire de incertidumbre por un lado y algo de seguridad por el otro.

Desde que vi a mi amiga a lo lejos sentí una familiaridad increíble que me sugirió que la conocía mucho más de lo que yo pensaba; porque hablar o no del pasado nada tiene que ver con la manera en la que sentimos el presente.

Hablamos sobre el presente en el que esperamos que se resuelva el futuro incierto, que curiosamente ya no –por fin– nos angustia en demasía. Después de un largo café en el centro de la ciudad y con un viento que hacía que nuestros suéteres volaran, le dije que me daba mucho gusto verla, pero sobre todo, que me daba gusto verla tan bien. Aunque no sé si lo logré, quise decírselo con un tono que reflejara que mi comentario era honesto (esta vez se veía poco preocupada a pesar de tener más motivos para estarlo). Ella, con una sonrisa que hace tiempo no veía en alguien, me dijo: “¿De verdad? ¿Sabes qué pasa, Nuria? Es que tengo muchas ganas de vivir”.

Tal vez no se trate de pensar en aquello que decimos, pero sí en aquello que sentimos.

Me despedí de ella sonriendo y convencida de lo siguiente: me maravilla el cansancio [de palabras] que te hace pensar en lo verdaderamente importante; me apasiona el presente.

3 comentarios:

Aquiles Digo, antes Jordy dijo...

No estoy descubriéndote nada, seguro lo sabes a la perfección, pero aquellos momentos en los que uno calla y sin embargo todo se entiende a la perfección son de los más significativos.

Un gusto leerte de nuevo.

Nuria dijo...

Un gusto saber que me lees de nuevo!

b. dijo...

ganas de vivir... si eso lo resume todo no hacen falta más palabras! lindísimo post nuria!